Llevaba toda la tarde leyendo y releyendo pedazos de obras que había escrito. Qué desesperante es ver cómo cada pieza tiene menos calidad que la anterior, que no brotan las palabras de la pluma y que pasa más tiempo el cursor del texto parpadeando, que recorriendo la línea imaginaria de la prosa fluyendo en todo su esplendor.
Pensaba en los días de plenitud; en los días en los que escribir era gratificante. ¿Dónde habían quedado esos días? Los días en los que las rimas rimaban y los poemas salían de la pluma como una cascada que cae. ¿Sería la ilusión, que ya no era la misma?¿Sería la avidez por descubrir un mundo que ya estaba descubierto? Algo tenía que explicar una sequía de palabras tan prolongada. Simplemente, el don ha desaparecido.
¿Y qué haces cuando un don desaparece? ¿Sigues viviendo del recuerdo de su presencia, o lo dejas ir y continúas haciendo otra cosa? ¿Cómo reconstruir el mood de la creación? ¿Cómo aceptar que ninguna de las musas guardará más tu contacto en su agenda?
Odio el parpadeo del cursor…