The crowd

Por la mañana todo el mundo parece tener claro su destino. Todos van de aquí para allá con prisas por no llegar tarde. A medida que me adentro en el centro de la ciudad, más personas diligentes encuentro. Todos parecen saber muy bien lo que tienen que hacer y cuánto va a durar. Pero a medida que paseo por el barrio, esa sensación de saber se va apagando, y la vida adquiere un compás más lento. No sólo hay diligentes por la calle, también hay gente paseando. Y otros salen por el simple hecho de no estar en casa. Otros, como yo, no tienen empleo, y el uso de las horas cambia a un estado de congelamiento y quietud. No la quietud que aporta calma y paz, sino la quietud de la nada. Al volver del centro, yo me debato entre seguir despierto, o volver a ponerme el pantalón de pijama. Para mí no hay un lugar al que llegar, ni nadie me espera. Para mí solo hay una casa enorme vacía esperando a que encuentre una nueva cosa que hacer para estar ocupado. Escucho a mi mujer hablar alegremente de sus compañeros de trabajo, y me pregunto hasta qué punto será sano comer solo cada día. Palabras, sólo quedan palabras que se agolpan en la mente queriendo salir de cualquier forma. Esta es la razón por la que escribo estas líneas que, aparentemente, pueden no tener un sentido concreto. Sólo el rumiar de la cabeza de un hombre que, en otra ocasión, sería parte de los diligentes.

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